En el frío norte, en el caluroso trópico, por los inciertos caminos, aquí y allá, siguiendo la llamada de la naturaleza y siendo ella misma parte fundamental de la misma, cómplice eterna de la vida, la mujer nómada ha transitado valerosa y aguerrida, siempre con una sonrisa pronta a salir. Recolectando frutos, pariendo aguerridos hijos de la tierra , viajando aquí y allá, ordeñando, cocinando, zurciendo, vigilando, cuidando y siempre enseñando y amando, ella ha vivido en muchos lugares del mundo que dicen tener dueño ahora. Como si los cielos pudieran dividirse, seccionarse con un cuchillo humano, como si los climas pudieran programarse y los vientos domeñarse.
Porque mientras la mujer nómada hacía todas esas cosas duratne siglos y siglos, sin más permiso que el otorgado a diario por la misma naturaleza, en estos mismos vastos territorios, otrora habitados por los pueblos originarios, los nómadas iban sucumbiendo al empuje de otras etnias ajenas, afincadas y dependientes de la ciudad, etnias dirigidas por élites poderosas capaz de logros tecnológicos insospechados. Por suerte, duratne milenios, el equilibrio entre nómadas y sedentarios se había mantenido oscilante, pero dentro de los parámetros deseables para lograr, a su vez, un equilibrio natural aceptable. Mientras los sedentarios vivían a su manera expansiva y transformando contínuamente su entorno en su propio beneficio, o más bien, en beneficio de la élite poderosa, los nómadas se constituían en los centinelas de enormes tierras vírgenes cuya conservación sería vital para el futuro de nuestro planeta.
Sin embargo, las contínuas guerras de poder entre las direrentes facciones urbanas provocó que uno de estos grupos se erigiera en un perfeccionado vencedor, haciendo suya toda la tierra alrededor que antes tan sólo pertenecía a sí misma. Luego, los vencedores de las distintas continedas mundiales por la consecución del poder crearon estados y fronteras de la nada, elaborando leyes que autolegitimaran la apropiación indebida del patrimonio natural, explotando dicho patrimonio posteriormente, bajo ela premisa ilusoria de que les pertenecía legítimamente. Así lo hicieron por años y años hasta la extenuación del suelo, la desertificación, la aniquilación de sus habitantes, animales y seres humanos; aquellos que vivían dependientes de la naturaleza, porque la respetaban, ya que comprendían que ellos nunca podrían ser dueños de quien les había dado la vida y les daba el cotidiano subsistir.
Porque mientras la mujer nómada hacía todas esas cosas duratne siglos y siglos, sin más permiso que el otorgado a diario por la misma naturaleza, en estos mismos vastos territorios, otrora habitados por los pueblos originarios, los nómadas iban sucumbiendo al empuje de otras etnias ajenas, afincadas y dependientes de la ciudad, etnias dirigidas por élites poderosas capaz de logros tecnológicos insospechados. Por suerte, duratne milenios, el equilibrio entre nómadas y sedentarios se había mantenido oscilante, pero dentro de los parámetros deseables para lograr, a su vez, un equilibrio natural aceptable. Mientras los sedentarios vivían a su manera expansiva y transformando contínuamente su entorno en su propio beneficio, o más bien, en beneficio de la élite poderosa, los nómadas se constituían en los centinelas de enormes tierras vírgenes cuya conservación sería vital para el futuro de nuestro planeta.
Sin embargo, las contínuas guerras de poder entre las direrentes facciones urbanas provocó que uno de estos grupos se erigiera en un perfeccionado vencedor, haciendo suya toda la tierra alrededor que antes tan sólo pertenecía a sí misma. Luego, los vencedores de las distintas continedas mundiales por la consecución del poder crearon estados y fronteras de la nada, elaborando leyes que autolegitimaran la apropiación indebida del patrimonio natural, explotando dicho patrimonio posteriormente, bajo ela premisa ilusoria de que les pertenecía legítimamente. Así lo hicieron por años y años hasta la extenuación del suelo, la desertificación, la aniquilación de sus habitantes, animales y seres humanos; aquellos que vivían dependientes de la naturaleza, porque la respetaban, ya que comprendían que ellos nunca podrían ser dueños de quien les había dado la vida y les daba el cotidiano subsistir.
- Así ocurrió en los llamados "Reinos Nómadas". Estos se extendían hasta el siglo XVII: por la práctica totalidad del continente australiano; de Siberia, Asia Central, Mongolia, Tibet, Xinjiang, norte de Escandinavia en Eurasia; de Argentina, Uruguay y Paraguay, cuenca amazónica en Sudamérica y por grandes extensiones de norte, este y sur de África, y de Venezuela y Colombia, Estados Unidos y Canada en América.